Para los que no hayáis tenido nunca un ejemplar de la raza canina, os informo de que a los cánidos suele gustarles -bastante, además- jugar con defecaciones humanas, revolcarse en ellas e incluso hasta ingerirlas. En cualquier parque donde exista una zona reservada para que personas \"un poco\" cochinas hagan \"sus cositas\" saben los dueños de los canes que o se les educa para no acercarse o estás perdido/a.
Pero aún conociendo a la perfección las pandillas caninas (los grupos de dueños que suelen reunirse a horas más o menos regulares y en los mismos sitios con otros/as dueños/as y sus perros) la existencia y localización de tales zonas a veces ocurre lo inevitable. Suelen ser áreas recónditas, apartadas de la vista de la concurrencia -por obvias razones- aunque no siempre alejadas de la zona de tráfico general de peatones amantes del verde: una simple hilera de setos basta para que por la noche algunos indeseables denigren la pulcritud y salubridad de las zonas de uso común. Una de estas área cercana a tu paseo, un olfato privilegiado como es de tu fiel compañero y ¡zas! En cuestión de segundos ya aparece tu amiguito rebozado en y/o con el aliento oliéndole a caquita de indigente/borrachuzo/o peor aún, usuario habitual de aguja hipodérmica (y no siempre por razones estrictamente médicas) u otros; no muy agradable, ¡os lo aseguro!
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Pues bien, volviendo al tema inicial de este foro: ¿cómo conectar gatos impolutos con perros cochinotes? ¿Adivináis o íbais adivinando ya hasta el momento lo que me pasó hace unos años con Belinda (la antecesora de Nikita, fallecida en un auténticamente \"freak household accident\" que no es objeto de este mensaje) o Nikita -no recuerdo ahora de cuál de las dos se trataba, pero creo que fue Belinda- y el inmaculado y esmerada y mimosamente cuidado gato de esa foto que véis ahí arriba en el margen izquierdo de este \"post\"? Pues sí, ¡así es....!
Llevé a Belinda a la Casa de Campo, salió del coche disparada, se metió entre unos arbustos en uno de los muchos encinares de una de las zonas de la madrileña Casa de Campo más alejadas del bullicio general de la ciudad y en particular de la zona de Lago y regresó de su brevísima incursión forestal con la frondosa cabellera negro azabache de su breve espaldita rebozada en desecho humano de -aparentemente al menos- muy reciente deposición y excelentes cualidades olorosas. No quiero abundar más en detalles tan escatológicos, pero potente era, eso sí.
¿Qué hacer? No es que estuviera lejos de casa, ¡estaba lejísimos! Para que los que no la conozcáis os hagáis una ligera idea, la madrileña Casa de Campo tiene la friolera de 1.766 hectáreas de frondoso bosque, ¡y yo estaba en medio de ab-so-lu-ta-men-te todas y cada una de ellas! Aún si estuviese en el límite mismo de este enormísimo parque que queda más cercano a mi casa tendría que haber recorrido 4,5Km entre calles para llegar a mi portal.
Ninguna de las tres estaciones de Metro que hay en plena Casa de Campo (\"Lago\", \"Casa de Campo\" y \"Batán\", de la línea 10) quedaba cerca, pero lo peor era que -al contrario que en la mayor parte del resto de Europa- sin un transportín homologado no te dejan entrar con perro al metro.
Si normalmente tenemos Marina y yo hartos problemas con casi todos los taxistas para viajar con la perra en sus coches -¡a veces incluso con la perra en el interior de su transportín!-, hasta llegar uno de estos mafiosillos amateur del volante a querer atropellar a Marina en una ocasión tras negarse -¡encima!- a llevarnos desde el aeropuerto de Barajas al centro, ¡estaba bien claro que en esta oportunidad no me iba a coger ninguno con semejante compañía! Así que ni intentarlo: si la otra vez casi nos atropellan, ¡en esta ocasión me habrían acuchillado!
¿Qué opción me habría quedado? Pues \"ir en el coche de San Fernando\", ya se sabe: \"un ratito a pie y otro ratito andando\". ¡Qué remedio! A todo esto dejando el gato indefenso en una zona algo remota de la Casa de Campo para venir a buscarlo horas más tarde, habiendo ya anochecido de sobra (era aún a principios de primavera), y si bien la Casa de Campo es una estupenda zona de esparcimiento para urbanitas de la capital durante la mayor parte del día (y para algunos que otros cientos de ciudadanos de aficiones algo menos saludables en horas no diurnas), os puedo asegurar que no es sin embargo especialmente agradable \"afeter hours\". Pero la opción era arriesgar la integridad física o incluso la mismísima existencia del felino -con la posibilidad de que no ocurriese nada- o asegurarme un buen descalabro en la tapicería.
La caminata de vuelta a casa duró hora y media (casi reviento a la perra, una mera schnauzer miniatura de seis kilitos), con el corazón en vilo por lo que pudiera pasarle al gato allí solito en medio de la jungla urbana de encinares sin fin en plena capital del reino (¡aún lo era!) y unas más que contenidas ganas de estrangular a Belinda con mis propias manos durante todo el trayecto que al final logré reprimir (no, ¡os aseguro que el accidente que finalmente acabó con su breve vida de cuatro añitos no tuvo nada que ver con el suceso que aquí os relato!).
Todo sea por el amor a un gato inglés...
